Muchos parecen haberlo olvidado ya: en los primeros compases de la pandemia covídica, en España llegó a estar prohibido el uso de la mascarilla. El 21 de marzo de 2020, la prensa informaba de sanciones a policías nacionales y guardias civiles que llevaban mascarilla en el ejercicio de sus funciones; el motivo, que su uso «generaba alarma social». Pasado incluso ese primer momento de desconcierto, y ante el desabastecimiento de mascarillas en la sanidad pública, las autoridades sanitarias decretaron la confiscación de mascarillas a empresas y particulares, y siguieron desaconsejando durante meses a la población general el uso de la mascarilla, supuestamente por no estar confirmada su eficacia. Hubo que esperar hasta el 20 de mayo de 2020, con la publicación de la orden SND/422/2020, para que el Gobierno decretara por fin el uso obligatorio de la mascarilla en todas las circunstancias en que fuera imposible mantener la distancia interpersonal de dos metros, que sigue en vigor (entre el 30 de marzo y el 26 de junio de 2021, con la pandemia ya en retroceso y la vacunación colectiva avanzando a buen ritmo, la ley 2/2021 de medidas urgentes de prevención, contención y coordinación para hacer frente a la crisis sanitaria ocasionada por la covid-19, endureció la norma e hizo obligatoria la mascarilla incluso en los espacios libres con distancia interpersonal superior a dos metros o sin ninguna otra persona en mil millas a la redonda).
Durante más de un año, pues, no en la mayoría de los países de nuestro entorno, pero sí en España, nos hemos acostumbrado a la conversación social siempre con la mascarilla puesta. ¿Se han parado a pensar cómo puede haber estado afectando ese hecho a los bebés que están aprendiendo a decir sus primeras palabras?
El habla humana depende fundamentalmente del aparato fonador, capaz de convertir el aire procedente de los pulmones en sonido. Integran el aparato fonador las vías respiratorias infraglóticas, los órganos fonadores (laringe, cuerdas vocales y vías respiratorias altas de resonancia) y los órganos articuladores (glotis, paladar, lengua, piezas dentales y labios). Ahora bien, la comunicación verbal no se basa solo en sonidos; hay también todo un lenguaje gestual en el que participa el cuerpo entero, pero de modo especial la cara, copiosa fuente de señales socioculturales, afectivas y lingüísticas.
Para un adulto, no es nada sencillo interpretar de modo certero estas señales faciales expresivas, ni siquiera viendo la cara completa. No digamos ya si una mascarilla nos tapa media cara; nos oculta la boca, los labios, la sonrisa.
Imaginemos ahora un bebé que escucha a varias personas enmascarilladas hablando a su alrededor y trata de asignar un sentido concreto a los distintos sonidos comunicativos. ¿Cómo podrá averiguar a qué cara corresponde qué voz exactamente?, ¿cómo incluso aprender que la boca es la generadora del lenguaje hablado, y que es preciso mirar a la boca de las personas para saber si tal o cual voz es suya? Mirando a la boca no, desde luego, oculta tras la mascarilla («tapabocas» o «cubrebocas», de hecho, es como llaman en buena parte de América a la mascarilla).
Fernando A. Navarro
Continúa en: «De bebés, labios, mascarillas y primeros balbuceos (y II)»
El uso generalizado de mascarillas, ¿hasta que punto puede dificultar a los bebés su aprendizaje del habla? Off Fernando A. Navarro Offvia Noticias de diariomedico.... https://ift.tt/3zI8iSe
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