A pocas horas de la incorporación de los nuevos residentes a los hospitales, y siendo capaces de observar con cierta distancia la última adjudicación de plazas MIR, cabe hacerse algunas preguntas sobre ella: ¿Qué ha pasado este año con la elección de plazas MIR? ¿Era necesario este cambio de paradigma? ¿Se han argumentado adecuadamente las razones del cambio? ¿Estaba justificado?
A finales del pasado mes de mayo, el Ministerio de Sanidad publicó una resolución a través de la cual cambiaba el paradigma de la elección de plazas MIR. Se pasó de poder elegir la plaza deseada por especialidad y localidad, en base a un número de orden y el conocimiento de las plazas vacantes, a un método rudimentario de elaboración de una lista de preferencias enviada semanas antes. Esta lista era elaborada a ciegas, sin conocer las vacantes disponibles y podría incurrir en la situación kafkiana de contener hasta ocho mil opciones.
Esto generaba una situación de importante incertidumbre y de posibles contingencias que podrían abocar a muchos residentes a dejar plazas vacantes. Como el lector puede comprender, la oposición a este cambio no se hizo esperar y fue unánime por parte de toda la profesión médica.
El germen de la misma proviene de la voluntad unilateral de modificar un modelo sencillo, transparente y garantista, sin haber hecho partícipes del cambio a las profesiones sanitarias; generando nuevos problemas en un área del ministerio, la de Ordenación Profesional y Recursos Humanos del SNS, que acumula un largo historial de reformas paralizadas por los tribunales, mientras que las principales (las reivindicaciones de los profesionales sobre dotación, temporalidad y formación) se acumulan en los cajones ministeriales sin visos de conocer soluciones.
Si bien se consiguió una mejora paliativa de la situación, al establecer un sistema de turnos, la afrenta que ha supuesto a la profesión y al sistema aún está lejos de cicatrizar. El problema de la elección de plazas para la Formación Sanitaria Especializada (FSE) ha sido el último de los conflictos surgidos en el área de la formación MIR, pero, desde luego, no el único. La pandemia ha supuesto una prueba de esfuerzo para el sistema de formación sanitaria especializada, habiendo mostrado las líneas de fractura de un sistema de formación de prestigio que no está preparado para enfrentarse a los retos del siglo XXI, como son: la precarización de los profesionales médicos, los cambios en los modelos de la relación médico-paciente, la digitalización, así como los cambios demográficos y los nuevos paradigmas bioéticos y profesionales.
Algunos estudios intrapandemia revelan la especial vulnerabilidad del colectivo MIR: aumento de horas sin remuneración, aumento del número de guardias por encima del máximo legal, importantes lagunas formativas y aumento de las tasas de ansiedad, depresión y burn-out entre médicos jóvenes.
La pandemia ha evidenciado las fracturas de la FSE para afrontar los retos del siglo XXI
Además, hemos sido testigos de cómo ha avanzado a marchas forzadas la utilización de su figura para salvar deficiencias estructurales en servicios clave durante esta crisis, en detrimento de su formación como especialistas, que es la que debería ser su verdadera razón de ser. En muchas regiones, los residentes han sido, incluso, movilizados a otras estructuras asistenciales que no se encontraban en sus programas formativos (servicios de Salud Pública o residencias de mayores, por ejemplo), para cubrir labores necesarias en estos puestos frente a la alerta sanitaria.
En consecuencia, durante la crisis provocada por la covid-19 han surgido numerosas iniciativas de huelga en varias comunidades, que abogaban por cambios y reformas estructurales en los modelos formativos y en los derechos laborales de los residentes. Debido a estas iniciativas, estos problemas han trascendido a la esfera pública, permitiendo que los debates técnicos y profesionales tengan una mayor relevancia y sean foco de especial atención por parte de la ciudadanía.
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A tenor de todos estos hechos, se hace necesaria una reflexión por parte de la profesión médica y las autoridades competentes sobre el modelo de residencia que queremos tener.
Una reflexión que no se quede en un mero análisis de la situación, sino que vaya a la raíz de la formación MIR, la ponga en duda y edifique sobre la misma. El tema de la elección de plazas MIR ha sido una última gota que ha colmado un vaso ya a rebosar. Es necesario que los representantes legítimos de la profesión enarbolemos nuestra responsabilidad para realizar las acciones que conlleven una clara mejora de las condiciones formativas y laborales de los especialistas en formación, y que aseguren una atención de calidad frente a los retos presentes y futuros.
Debemos dar impulso y voz a los agentes implicados para sacar del actual aletargamiento jurídico y de la precarización laboral a nuestro querido sistema MIR.
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