Para cualquier médico, estudiar los aspectos patobiográficos de Cervantes, sobre todo las causas de su muerte, es, además de una aventura sugestiva, un riesgo del que difícilmente podrá evadirse y que desembocará probablemente en un terreno confuso sobre el que se han vertido ríos de tinta. Para la redacción de estas notas, además de la obra literaria de Cervantes, donde aparecen en algunas ocasiones insinuaciones sobre el estado de su salud, hemos considerado sobre todo lo que otros autores han escrito sobre el particular*.
Cervantes respondía a un biotipo constitucional normoplástico, siguiendo la clasificación de Viola, o normolineus o mesoskélico, como también se denominó, y que corresponde al tipo asténico-atlético de la clasificación de Giovanni, sin predominio de las medidas de longitud sobre las de anchura o viceversa. También cabe presumirlo de lo que él mismo nos cuenta en el prólogo de la Novelas ejemplares: «el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño […], de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada, las barbas de plata».
No se conocen en su biografía más enfermedades y defectos (que ciertamente tuvieron que existir) que una tartamudez y un brote de paludismo con el que llegó a Lepanto. La tartamudez se pone de manifiesto en su etapa escolar, en Córdoba, cuando se inicia en la lectura, cuando las primeras sílabas se embarrancan bajo la lengua, aunque tartajoso debió de ser toda su vida, como declara también en el prólogo de las Novelas ejemplares: «será forzoso valerme por mi pico, que, aunque tartamudo, no lo seré para decir verdades». Para nuestra fortuna, sus palabras se encasquillaban solamente cuando salían de su boca en un tembleque gramatical, y no cuando fluían de su pluma. De hablar balbuciente durante toda su existencia, no heredó, sin embargo, la sordera de su padre, don Rodrigo, médico sangrador** que tuvo que emigrar de Alcalá en busca de trabajo, que la plétora en la medicina también ocurría en aquellas témporas, dato que incluirá en el Coloquio de los perros: «Infiera o que estos dos mil médicos han de tener enfermos que curar (que sería harta plaga y malaventura), o ellos se han de morir de hambre».
El paludismo o malaria le afectó con un acceso febril durante su estancia en Corfú. No lo adquiere por beber agua contaminada como indica Cabezas, que ya es harto conocido el papel transmisor de los plasmodios que ejerce el mosquito anófeles. Siendo, como es, cierto este acontecer patológico, deducimos que el acceso palúdico no fue importante o su vigor físico y patriótico sí lo era, pues el brote parasitario no le impidió tomar parte en la batalla («la más alta ocasión que vieron los siglos»), y llegado el momento de combatir no obedeció a su capitán, Sancto Pietro, que le manda ir «baxo la cámara de la galera Marquesa» y, por el contrario, como arcabucero del rey, acude a su puesto en el esquife de la nave.
Fue en el asalto a la galera capitana del jefe turco Siroco cuando Cervantes recibe dos arcabuzazos en el pecho y en el antebrazo izquierdo. Acompañado por su hermano Rodrigo, acude a la cámara donde los cirujanos de la Marquesa le hacen las primeras curas.
Luego, en el hospital de Mesina, los físicos a las órdenes de López Madera tratan de recomponer la mano zurda de Cervantes que, finalmente, tras muchas curas bárbaras, quedó inservible y desgobernada. Su convalecencia es larga a pesar de que en algún momento o tras el traumatismo fue intervenido por el propio doctor Gregorio López, protomédico de la flota y médico de Carlos V. El período de curación dura casi seis años, desde el 7 de octubre de 1571, fecha de la herida de guerra, hasta marzo de 1577.
La herida de arcabuz acaecida en la batalla de Lepanto representa un suceso importante en la relación futura de Cervantes con los médicos, o, mejor dicho, en la opinión que sobre ellos expresa Cervantes en sus obras literarias. Cervantes en este asunto es el contrapunto de los escritores del Siglo de Oro, y sobre todo de Quevedo, que fue el escritor que más odio hacia los galenos vertió en sus escritos.
Cervantes, bien porque aprendió en «mano» propia los cuidados de la medicina, bien porque tenía conocimientos de ella a través de los libros que existían en la biblioteca de su padre, don Rodrigo Cervantes, conocimientos de los que deja constancia en el Quijote, trata a los médicos al menos con respeto, otras veces con admiración y, en clave de humor con verbo risueño y grave, cuando no tiene otra opción que criticar negativamente su conducta.
Ángel Rodríguez Cabezas y M.ª Isabel Rodríguez Idígoras
* Obras consultadas: 1) José Gómez Ocaña: Historia clínica de Cervantes. Madrid: Hijos de M. G. Hernández, 1899. 2) Jean Babelon: Cervantes. Buenos Aires: Losada, 1947. 3) Luis Astrana Marín: Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra. Madrid: Reus, 1958. 4) Juan Antonio Cabezas: Cervantes, del mito al hombre. Madrid: Biblioteca Nueva, 1967. 5) Harold López Méndez: La medicina en el Quijote. Madrid: Quevedo, 1969. 6) Antonio López Alonso: Enfermedad y muerte de Cervantes. Alcalá de Henares: UAH, 1999. 7) Pedro Gargantilla: «Miguel de Cervantes, el corazón de don Quijote». Noticias Médicas (Madrid), 2005; n.º 3868.
** Fue cirujano, lo que quería decir entonces que fue una especie de médico fracasado que, por no saber latín, no ha podido conquistar sus grados.
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