Esta pandemia nos viene enfrentando de manera constante a nuevos y difíciles dilemas y problemas éticos-legales. Si bien éstos son bastante frecuentes en el ámbito de la Medicina y del propio Sistema de Sanidad, por los valores y derechos habitualmente en riesgo (vida, integridad, intimidad, etc), tampoco podemos negar que los nuevos conflictos son mucho más complejos cuantitativa y cualitativamente, como lo está siendo la propia pandemia, demasiado intensa y extensa.
La pandemia se inauguró con el dilema de los respiradores y otros medios de soporte vital. Luego nos tuvimos que enfrentar, y nos seguimos enfrentando, a la necesidad de priorizar las vacunas. También ha sido objeto de discusión el carácter obligatorio o no de la vacunación; la posibilidad de ofrecer a los ciudadanos la elección de la vacuna -acaecidos determinados eventos adversos, muy graves aunque muy infrecuentes, con alguna de las vacunas autorizadas- o si se debía o no, en el marco de la campaña de vacunación, exigir un documento escrito de consentimiento o bastaba con el verbal, etc. Estos problemas y dilemas de mucho calado se han visto acompañados de otros de ámbito más internacional o, al menos, regional, como el certificado digital UE para reinstaurar de alguna manera la libertad de circulación o el intenso y difícil debate acerca de la conveniencia e, incluso, exigencia moral de liberalizar las patentes de las vacunas para resolver el grave déficit de vacunación en la mayoría de los países en desarrollo.
Como puede verse no son tiempos precisamente fáciles para la Bioética y el Derecho y eso, que, en este breve resumen, no hemos hecho referencia a otros debates de naturaleza jurídica y que tienen estos días especialmente ocupados a nuestros Tribunales, incluido el Tribunal Constitucional, como son los referidos a las medidas de confinamiento y, en general, de limitación de los derechos y libertades individuales.
Parece que todo se hubiera puesto “patas arriba” y que la pandemia hubiera mostrado las fisuras de un modelo jurídico que creíamos bien armado, al menos, para afrontar una crisis bien grave, pero nada novedosa en la Historia de la humanidad, como es una pandemia.
Estado de alerta e intranquilidad
El último debate que nos ocupa y, sobre todo, preocupa, está directamente relacionado con el notable incremento del nivel de incidencia del virus. Tras unas semanas de aparente Pax Romana, hemos vuelto a ponernos, en muy breve espacio de tiempo, en un estado de alerta e intranquilidad. Y tal incremento se aprecia, según nos muestran los datos epidemiológicos, casi en exclusiva en los grupos de edad más jóvenes, fundamentalmente, entre 20 y 29 años. Y si bien es cierto que las imágenes que nos ofrecen a diario los medios de comunicación dan buena cuenta visual de cuáles son las razones de este nuevo aumento del virus, tampoco sería justo culpabilizar a todos nuestros jóvenes por la conducta absolutamente imprudente, insolidaria y reprobable de unos cuantos. En todo caso, si bien, como decimos, no es un problema de todos los jóvenes, sí, al menos, lo es de los jóvenes, sobre lo que los números estadísticos ofrecen pocas dudas.
En este contexto surge el debate de si debemos alterar el orden de prioridad en el acceso a las vacunas e iniciar ya, de manera casi prioritaria, la vacunación de los jóvenes en detrimento de otros colectivos de mayor edad. Desde una perspectiva ético-legal tal posibilidad encuentra dos objeciones bastante relevantes.
La primera se fundamentaría en el principio de justicia que no significa más que dar a cada uno lo que se merece ¿Estaría justificado dejar de vacunar a grupos de mayor edad y hacerlo con los jóvenes por la absoluta irresponsabilidad e insolidaridad de unos cuantos de ellos? ¿Debemos “premiar” con la anticipación en la vacunación su más que reprobable conducta? ¿No sería esta una llamada a la irresponsabilidad generalizada, cuando, además, puede que haya que acudir a una tercera vacuna de recuerdo en no demasiado tiempo? Creo que la contestación no exige un arduo esfuerzo intelectual.
"Vacunar ahora a los jóvenes vendría a acrecentar el problema al que nos estamos enfrentando"
La segunda radicaría en el principio de responsabilidad, entendido éste no en un sentido punitivo de “castigar” sin la vacuna al que se comporta irresponsablemente, lo que la propia Estrategia para la vacunación frente a la Covid-19 ha rechazado expresamente en el hipotético caso de que una persona dentro de un grupo priorizado haya decidido inicialmente no vacunarse, cambiando su posición tiempo después. Se trataría más bien de abordar si realmente ofrecer ahora la vacuna a los más jóvenes permitiría atajar el problema de irresponsabilidad que estamos observando en varios de ellos. Tal cuestión tampoco parece encontrar difícil contestación, ya que es bastante previsible que, precisamente, vacunar ahora a los jóvenes vendría a acrecentar el problema al que nos estamos enfrentando. Si ya los jóvenes se sienten en cierto modo inmunes frente a un virus que es “para viejos”, con su vacunación la irresponsabilidad camparía a sus anchas y sabemos que, si bien la vacuna mitiga el riesgo de contagio y transmisión, no lo impide.
Así pues, desde una perspectiva ético-legal, existen sólidos argumentos para rechazar la alteración del orden de prioridad en el acceso a las vacunas ya establecido y comenzar ahora por la vacunación de los jóvenes. Sin embargo, no siempre en Bioética es todo tan sencillo, porque también hay que atender a las consecuencias que para terceros que están comportándose de manera responsable tiene la irresponsabilidad de algunos. Dejar a los jóvenes sin vacunar unas semanas más puede suponer, no sólo el colapso del sistema sanitario de Atención Primaria, tan indispensable para la salud de muchos enfermos crónicos y de nuestros más mayores, sino poder afectar a personas ya vacunadas ante un notable incremento de la circulación del virus. Por ello, como vemos, la respuesta y, por ende, la solución no es tan fácil como parecía mostrarse en un inicio. Una vez más, las decisiones son especialmente complicadas, siendo preciso mirar más allá de lo que puede mostrarse inicialmente como una propuesta éticamente muy virtuosa, es decir, no alterar el orden actual de priorización.
"En ocasiones, demasiada esperanza puede derivar en una vuelta a la desesperanza"
En todo caso, esta nueva aparente crisis de la pandemia que empezamos ahora a vivir debe también permitirnos reflexionar sobre determinadas medidas que se han adoptado recientemente y, entre ellas, la de flexibilizar el uso de las mascarillas, más aún, cuando ello ha coincidido con el final de curso en muchos institutos y universidades. Dar señales de esperanza en este contexto tan dramático que llevamos ya casi año y medio sufriendo no solo es conveniente, sino que es éticamente indispensable, pero en ocasiones demasiada esperanza puede derivar en una vuelta a la desesperanza.
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