A pesar de que algunos países están celebrando el fin de la pandemia, aún falta mucho para que la pesadilla se pueda dar por concluida en el mundo, si es que el coronavirus no se instala para siempre. China, donde empezó todo y que curiosamente ha sido uno de los países menos afectados, con 116.000 casos confirmados y 5.300 fallecidos, según sus cifras oficiales, sigue registrando un goteo diario de unos 20 casos; sus estrictos controles deberían haber eliminado ya las infecciones. Esa persistencia es una inquietante amenaza, junto a la que suponen las alocadas variantes.
Epidemiólogos y matemáticos se afanan ahora, con cierta perspectiva, en descubrir patrones de comportamiento, tanto en el virus como en los distintos países. Sus primeras evaluaciones son desconcertantes. Thomas Hale, profesor de Política Pública de la Universidad de Oxford, impulsó hace un año el Oxford Covid-19 Government Response Tracker, que se ha convertido en la mayor base de datos sobre políticas pandémicas. Han catalogado 20 tipos diferentes de respuestas -medidas de contención, sanitarias, económicas y de vacunación- y las han rastreado con la ayuda de más de 600 personas de 186 países.
En un artículo en The Conversation, Hale escribía que “la primera observación sorprendente es que las similitudes superan a las diferencias. De hecho, en los primeros meses de la pandemia, los gobiernos adoptaron en su mayoría políticas similares, en la misma secuencia, y casi al mismo tiempo (durante las dos semanas centrales de marzo de 2020)”. Sin embargo, esa “convergencia política contrasta con la desigual propagación de la pandemia en todo el planeta”, que fue desplazándose de este a oeste. Es decir, “la urgencia de implantar el confinamiento global contrasta con la heterogeneidad de las situaciones epidemiológicas en los distintos países. En otras palabras, algunos países se confinaron demasiado tarde, y otros probablemente demasiado pronto”.
En marzo de 2020, por ejemplo, varios países del Este europeo, como la República Checa, Hungría y Bulgaria, vieron lo que les había sucedido a sus vecinos occidentales e impusieron restricciones antes de que la transmisión comunitaria se generalizara en sus poblaciones; se libraron de la fatídica primera ola. Sin embargo, unos meses más tarde, algunos de ellos hicieron exactamente lo contrario: esperaron demasiado tiempo para volver a imponer medidas cuando los casos volvieron a aumentar en otoño.
Receta sin garantías
Si bien no hay duda de que las medidas restrictivas funcionan -cierre de servicios no esenciales, niños a casa, control de aeropuertos, teletrabajo, mascarillas, distancia física, etc.-, no hay una garantía absoluta de que la receta funcione sistemáticamente. Perú, por ejemplo, con medidas estrictas, ha sido uno de los países más golpeados. Unos no han sufrido más que una oleada y otros, como Estados Unidos, España o Brasil, una montaña rusa de sucesivos brotes. China, Taiwán, Vietnam, Nueva Zelanda, Corea, Mongolia, Tailandia, Senegal y Finlandia han conseguido dominar las infecciones sin dañar demasiado sus economías ni colapsar sus sistemas sanitarios. La indiscriminación del coronavirus no ha distinguido entre países pobres y ricos, democráticos o autocráticos, con buenos o regulares sistemas sanitarios.
Como indica un estudio internacional aún no publicado (MedRxiv) coordinado por Lewis Mehl-Madrona, de la Universidad de Maine, el binomio restricciones-economía tampoco ha sido coherente. Cabría esperar que los menos confinados se resintieran menos, pero la relación ha sido desigual, como atestiguan Uzbekistán comparado con Tajikistán, Marruecos con Egipto y Bielorrusia con Polonia y Lituania.
Cierta lógica puede derivarse sin embargo si se añaden algunos factores. Según el equipo de Mehl-Madrona, poblaciones con poca obesidad, buena dieta, menos envejecidas y niveles adecuados de vitamina D han resistido mejor, junto con la inmunidad cruzada y una genética apropiada. Japón, dicen, apenas ha tenido exceso de mortalidad, a pesar de su alta densidad de población y restricciones no muy duras; quizá su dieta, sus niveles de vitamina D y su escasa obesidad hayan tenido algo que ver, como en muchos otros países de Asia.
Lo contrario ha ocurrido en Estados Unidos y México, con niveles muy altos de obesidad, o en las poblaciones envejecidas de Europa. Concluyen, en consecuencia, que “el efecto de las medidas no farmacológicas parece modesto comparado con la salud de la población, la estructura urbana, el turismo, la obesidad, la inmunidad cruzada preexistente, la vitamina D y el clima”.
Así, Noruega, Islandia y Finlandia parecen haber tenido éxito con estrategias limitadas de mitigación. Nunca acudieron al confinamiento estricto, ni al uso obligatorio de mascarillas y mantuvieron las escuelas abiertas. Junto a pocos turistas y buena salud poblacional, tuvieron periodos cortos de limitaciones que “pueden conducir a una mejor adherencia que largos periodos. Y quizá Noruega y Finlandia con medidas más laxas hicieron que la gente pasara más tiempo fuera y recibiera más radiación ultravioleta y más vitamina D”.
La polémica sobre la eficacia de las restricciones, vigente durante toda la pandemia, se actualiza ahora con la variante delta. ¿Hay algún modelo que pueda servir de orientación? coronavirus Off José R. Zárate Offvia Noticias de diariomedico.... https://ift.tt/36sRTVn
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