A efectos exclusivamente psicológicos, el final de la obligatoriedad del uso de las mascarillas para la mayoría de las situaciones supone el final de una era y el comienzo de una nueva realidad, dentro de la incertidumbre.
Una nueva realidad que quizá se aproxime a la endemia tantas veces anunciada.
Sería un tanto reiterado referirnos en detalle al azaroso curso del uso del tapabocas desde el comienzo de la pandemia. Por resumir, digamos que pasamos de ser un país que las denostaba por poco útiles, a juicio de los sabios del politburó, a volverlas rabiosamente obligatorias en todas las circunstancias, hasta para el pastor de ovejas lachas del Roncal. Un auténtico despropósito.
Con posterioridad, su uso se fue regulando para hacerlas obligatorias predominantemente en todo espacio interior y ahí demostraron de nuevo una eficacia impresionante en la prevención de la infección por el SARS-CoV-2. Puede afirmarse con rotundidad que por lo menos hasta que se obtuvo una amplia cobertura vacunal, cientos de miles de españoles que las usaron entonces siguen vivos a día de hoy, precisamente por dicha medida de protección. La paradoja de la prevención es esa: el beneficiario de la misma nunca sabe que lo es.
Pero sucede que actualmente constituían ya la única y aislada medida de salud pública fuerte, es decir, de carácter obligatorio. Y esa situación no podía ni debía prolongarse mucho más en el tiempo, salvo para los entornos de alta vulnerabilidad y algún otro, como veremos.
Lamentablemente, las autoridades sanitarias españolas, con la anuencia de las propias de las comunidades autónomas, decidieron hace pocas semanas desincentivar fuertemente el diagnóstico, especialmente en el entorno de la atención primaria. Es decir, en lugar de fortalecer definitivamente este recurso esencial de la sanidad, decidieron cancelar la historia, volviendo al statu quo previo a 2020, aquel del tiene usted catarro, beba mucha agua.
Y esa coincidencia, el abandono del diagnostico virológico y del aislamiento de los pacientes con covid-19, junto con el final de la obligatoriedad del uso de las mascarillas, puede implicar que cualquier repunte de la infección pase ampliamente inadvertido hasta que un mes después aumente el número de pacientes ingresados.
Verdad es que la pandemia, seamos honestos, ya no le importa a casi nadie. La invasión rusa de Ucrania o la inflación hace tiempo que se pusieron en cabeza de las preocupaciones españolas y europeas. Parece que por fin llegó la endemia y eso es recibido con alivio por una mayoría ignorante de lo que significa, en realidad, una endemia.
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