Nada nuevo hay en la idea de usar datos para enfrentar las incertidumbres que asedian a la práctica clínica diaria y así identificar aquellas intervenciones más idóneas para los pacientes. Ya en la segunda mitad de la década de 1830 tuvo lugar en París el primer intento "institucional" de introducir el méthode numérique en la Medicina, lo que suscitó sonadas y encendidas controversias en las Academias de Ciencias (1835) y Medicina (1837).
La paulatina aceptación de esta nueva mentalidad llegó a su cima con la publicación en 1948 del primer ensayo controlado aleatorio (ECA), Streptomycin Treatment of Pulmonary Tuberculosis: A Medical Research Council Investigation, bajo la dirección de Austin Bradford Hill (1897-1991). Logro que inauguró un nuevo capítulo en la Historia de la Medicina, el de la medicina basada en pruebas cuantitativas. A la vez que se dispuso de un tratamiento eficaz contra la tuberculosis que hizo que dejara de constituir un problema sanitario de primer orden en los países industrializados. Aquellos con un sistema sanitario precario, especialmente los subsaharianos, aún siguen sufriendo este flagelo.
Otra vez, nos hallamos inmersos en un proceso de innovación. La pandemia que todavía conllevamos ha evidenciado claramente la trascendencia de disponer de datos, analizarlos y representarlos. Nunca los ciudadanos habían mostrado tanto interés por conocer la evolución diaria de una enfermedad, ni habían sido testigos ―pese a las ineficiencias, algunas aún persisten― de la rapidez con la que se organizó la información. Ni conocían lo útil que esta es para medir la eficacia y la seguridad de las vacunas o determinar qué grupos etarios y profesionales debían priorizarse en la vacunación. Ni tampoco sería difícil entender que con los datos embodegados en las consejerías y las herramientas de inteligencia de negocio actuales se podría, por ejemplo, distribuir de forma más racional los recursos sanitarios (servicios, infraestructuras y personal) de acuerdo con las necesidades de la población de cada lugar.
El caso del NHS
El National Health Service (NHS) de Inglaterra no ha querido dejar que este nuevo clima sobre el valor de los datos se disipe sin más y ha publicado un plan estratégico con un título muy comprensible: Los datos salvan vidas: rediseñemos la sanidad y la asistencia social con datos (Data Saves Lives: Reshaping Health and Social Care with Data). El documento recoge los grandes lineamientos para la transformación digital del NHS que se resume en tres grandes pilares:
1) Difundir cómo se utilizan los datos y su potencial para la innovación, y mejorar los niveles de transparencia para que la ciudadanía tenga el control sobre qué se hace con esos datos.
2) Conseguir que el intercambio de datos ―conforme a lo reglamentado― sea la norma y no la excepción en la sanidad, los servicios sociales y la salud pública. Así, podrá ofrecerse la mejor atención posible a los ciudadanos y dar apoyo al personal que trabaja en el sistema.
3) Construir los cimientos adecuados (técnicos, legales o regulatorios) para que la transformación digital del NHS sea hacedera.
Llevar a cabo una empresa como esta es una tarea ardua y de largo aliento, aunque el esfuerzo merece la pena, ya que supone ―como anuncia el propio documento― abrazar una "nueva visión" y, por ende, una transformación de la cultura del sistema sanitario inglés que, como los del resto del mundo, no admite demora.
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