Las enfermedades cardiovasculares siguen siendo la principal causa de muerte en nuestro país, por encima del cáncer. Sin embargo, el 80% de los infartos de miocardio y de los accidentes cerebrovasculares prematuros se pueden prevenir. Para ello, la prevención primordial en la infancia es la clave. Adquirir hábitos saludables en los primero años que sorteen los factores de riesgo evitaría que se produjeran estos eventos cardiovasculares. Pero mientras se enseña a los niños, hay que formar a los adultos que no tienen adquiridas estas costumbres con programas de prevención tanto primaria, antes de que se desarrolle la enfermedad, como secundaria, cuando ya se ha producido un evento cardiovascular.
Los pacientes con enfermedad cardiovascular ateroesclerótica tienen un mayor riesgo de muerte o de evento recurrente. Más de un 44% de los pacientes muere a los 5 años tras un infarto de miocardio (IAM) y el 47% de los que han sufrido un ictus lo hace a los 5 años del evento. La rehospitalización también es frecuente en este tipo de pacientes, llegando al 12% tras un IAM a los 30 días. Algo más del 11% de los que tuvieron un ictus isquémico recurrieron al cabo de un año.
Con estos datos, la prevención secundaria es imprescindible y, según esta acción debe hacerse por igual independientemente de dónde se haya producido el evento cardiovascular. "El tratamiento de prevención secundaria en una persona con un ictus tiene que ser igual al de una persona con un infarto, ya que el acúmulo de colesterol hace el mismo daño a las arterias del cerebro que a las del corazón o las piernas", dice Almudena Castro, Jefa Sección Unidad Rehabilitación Cardiaca del Hospital La Paz, de Madrid. Y para hacer esta prevención es imprescindible controlar todos los factores de riesgo. "Es necesario el manejo integral de todos y cada uno de los factores de riesgo cardiovascular", apunta Juan Carlos Obaya, coordinador del Grupo de Trabajo de Enfermedades Cardiovasculares de Semfyc.
"El enemigo número uno de las arterias es el tabaco", sentencia Castro. "Luego estarían el colesterol, la diabetes, la hipertensión arterial, el sedentarismo, la obesidad y el estrés, aunque este último más que un factor de riesgo en sí es un desencadenante de los factores de riesgo y puede hacer que vayan a peor", explica la cardióloga.
"Hay que integrar una modificación de los hábitos y estilos de vida con un tratamiento farmacológico para controlar los factores de riesgo", añade Obaya. Porque los objetivos a alcanzar en estos pacientes son muy ambiciosos y no se alcanzan solo con dieta y ejercicio. "Si para una persona sana, sin evento cardiovascular, el límite de LDL es 115, para una persona que ha tenido un infarto es 55", explica Castro. Además, en estos pacientes debe conseguirse una reducción del 50% respecto al LDL basal, apunta Obaya. En cuanto a los pacientes que además son diabéticos, se debe alcanzar una hemoglobina glicosilada en torno a 6,5 pero con tratamientos cardioprotectores. "No sirve bajar el azúcar, hay que hacerlo con fármacos cardioprotectores", añade Castro.
En el caso de la tensión arterial, mientras que en la población general es normal 140-90, en el caso de pacientes cardiovasculares debería estar por debajo de 130-80, más incluso si se trata de pacientes con afectación renal.
Por otro lado, el índice de masa corporal en estos pacientes debería ser menor de 25 y hacer al menos 150 minutos semanales de ejercicio de intensidad moderada a alta.
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