Hace tres años, cuando era entrenador del Sevilla FC, en una analítica rutinaria de las que cada 15 días se hacían a toda la plantilla -jugadores y cuerpo técnico- dio la cara una leucemia linfocítica crónica. Desde aquel momento, todo ha cambiado mucho en mi vida; hay un antes y un después del diagnóstico. Recibirlo supuso un golpe muy duro, pero, gracias en parte a que soy una persona optimista y a la información en profundidad que me trasladaron médicos dentro y fuera del club, mi percepción de la enfermedad fue cambiando.
Yo tenía que seguir entrenando y trabajando igual, precisamente porque en mi profesión, y en particular en ese momento -en plena competición clasificatoria europea- eres foco de atención. Así que, primero, fui asimilándolo e informándome, poco a poco, hasta estar preparado para después comunicarlo a mi familia, a mi mujer y a mis hijos. Pero en esta profesión es difícil mantener un secreto y, de manera un tanto improvisada, tras un partido en Valladolid lo tuve que anunciar en una rueda de prensa que tuvo gran repercusión nacional.
Pese al golpe inicial que supone recibir el diagnóstico -te dicen leucemia y, aunque ignoras exactamente lo que es, se te viene a la memoria gente que conoces y de la que has oído hablar que ha fallecido de leucemia-, desde la primera conversación que tuve con los médicos del club hasta todas las posteriores con otros médicos y gente conocida, precisamente por ese optimismo que tengo por naturaleza, empiezo a asumir que se trata de una enfermedad crónica que requiere un control exhaustivo.
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