La Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), de la que ayer se celebró su Día Internacional, es una enfermedad neurodegenerativa que afecta a las neuronas responsables del control de los músculos voluntarios. Cada año, según datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN), se diagnostican unos 900 nuevos casos en España. En estos momentos, entre 4.000 y 4.500 personas padecen actualmente ELA en nuestro país.
Tras el Alzheimer y el Parkinson, la ELA es la tercera enfermedad neurodegenerativa más común, pero con un coste sociosanitario mayor por las grandes discapacidades y dependencias que genera.
En el 90% de los casos todavía se desconocen las causas que se esconden en el origen de la enfermedad y, mucho peor, no existe un tratamiento curativo a pesar de los esfuerzos continuos de la comunidad científica por descubrir su origen y sus potenciales terapias.
Actualmente su manejo se basa en aplicar terapias multidisciplinares que permiten retrasar de forma moderada su progresión. Además, y también con datos de la SEN, tiene una esperanza de vida muy baja, estimada entre los 3-5 años desde el diagnostico, aunque en un 20% de los casos se sobreviva más de 5 años y un 10% más de 10 años.
Más aproximaciones
Dentro de los intentos por avanzar en la búsqueda de nuevas y mejores posibilidades para su manejo, un nuevo estudio que publica Neurology, que analizó la supervivencia de las personas con ELA durante 18 meses, señala que los que consumen más alimentos ricos en ciertos ácidos grasos omega-3, como el aceite de linaza, las nueces, el aceite de canola y las semillas de calabaza, pueden tener un deterioro físico más lento y pueden tener una supervivencia ligeramente mayor. El trabajo también ha encontrado que el consumo de un ácido graso omega-6 puede ser beneficioso.
Según Kjetil Bjornevik, de la Universidad de Harvard, en Boston (Estados Unidos), y miembro de la Academia Americana de Neurología, el estudio no prueba que estos ácidos grasos omega desaceleren la progresión de la ELA o prolonguen la supervivencia; solo muestra una asociación.
"El vínculo que ha detectado esta investigación entre la dieta y la ELA es intrigante y sugiere, pero no prueba, que los afectados pueden beneficiarse al incorporar más ácidos grasos omega-3 en su dieta".
De esta forma, considera importante realizar investigaciones adicionales que analicen específicamente el ácido alfa-linolénico del ácido graso omega-3 de origen vegetal en personas con ELA para explorar más a fondo esta posibilidad.
El estudio se llevó a cabo sobre 449 enfermos con una edad promedio de 58 años, que fueron seguidas durante 18 meses. El 28% de los participantes (126 personas) murieron al final del estudio.
En la investigación se analizaron los niveles de ácidos grasos omega-3 en sangre, lo que permitió dividir a los enfermos en cuatro grupos, según las cantidades más bajas a las más altas de este nutriente.
Se llevó a cabo además una prueba para evaluar la progresión de la enfermedad y la gravedad de los síntomas. Esta midió 12 aspectos de la función física, incluida la deglución, el habla, la masticación y la capacidad de usar los músculos de las manos, los brazos, las piernas y el torso, así como la función respiratoria.
Cada categoría se calificó de cero -lo que significa que no hay capacidad- a cuatro, considerado como una capacidad normal. Las puntuaciones totales oscilaron entre cero y 48 y las puntuaciones más altas indicaron una mejor función y síntomas menos graves.
El alfa-linoléico, el más beneficioso
El equipo estadounidense encontró que un ácido graso omega-3 llamado ácido alfa-linolénico era el más beneficioso. Se encuentra en muchas semillas y aceites, incluidos los de linaza, nueces, chía, cáñamo, así como en mútiples aceites vegetales comunes.
Los datos del trabajo señalan que las personas con la mayor cantidad de ácido alfa-linolénico en sangre tenían una puntuación media de 38,3 al comienzo del estudio, mientras que las personas con la menor cantidad tenían una puntuación media de 37,6. D
De la misma forma, un menor número de personas del grupo con más ácido alfa-linolénico en sangre falleció durante el estudio (un 19%, lo que suponen 21 fallecimientos), comparación con las personas del grupo que lo tenían más bajo (el 33%, 37 fallecimientos).
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