Sesenta años atrás, el salubrista Carles Soler Durall y el cirujano cardiovascular Fernando Alonso-Lej de las Casas en el Hospital General de Asturias en Oviedo (1963) y el internista José María Segovia de Arana en la Clínica Puerta de Hierro de Madrid (1964) revolucionaron la formación sanitaria especializada en España. Inspirado en el modelo estadounidense, el sistema de contratación de médicos internos y residentes (MIR) por ellos propuesto ofrecía a los jóvenes egresados de la universidad la posibilidad de aprender una especialidad médica trabajando en un gran hospital. El programa formativo constaba de un primer año de internado rotatorio por diferentes especialidades básicas (medicina interna, cirugía general, pediatría, tocoginecología y urgencias) y tres años más de residencia en la especialidad correspondiente.
En los años siguientes fueron adoptando el mismo sistema otros hospitales españoles, hasta que, en 1978, se incorporó el sistema MIR a todos los centros sanitarios del Sistema Nacional Salud y en 1984, finalmente, el real decreto 127/1984 estableció legalmente el sistema MIR ―regulado y dirigido desde el Ministerio de Sanidad― como única vía válida para la especialización médica en España.
El sistema de selección y acceso de los médicos internos y residentes fue evolucionando también con el paso del tiempo. En los primeros años, se llevaba a cabo de manera descentralizada en cada hospital. Más tarde se estableció una convocatoria única de carácter estatal, con una comisión central de admisión y educación médica encargada de seleccionar a los candidatos, quienes debían pasar después una entrevista eliminatoria en el hospital de destino. En 1978 se adoptó el modelo de examen estatal MIR único para todos los centros dependientes de la sanidad pública, que se mantiene hasta hoy.
Entre las virtudes del sistema MIR, suele destacarse su influencia decisiva en la modernización de la formación sanitaria especializada en España, con un nivel de calidad que la sitúa entre las mejores del mundo; y la creación de un sistema de especialización equitativo y de acceso universal, basado en un examen con doscientas preguntas de elección múltiple, en convocatoria única para todo el territorio nacional y de puntuación puramente objetiva.
Entre sus aspectos más criticados, que los estudiantes de medicina, con el paso de los años, han ido centrándose de modo progresivo en un afán enfermizo por únicamente aprender miricina, más que medicina. Primero fue la aparición de academias privadas de miricina que se centraban en la preparación intensiva para el examen MIR en los meses siguientes a los últimos exámenes de la carrera; luego fueron cada vez más los alumnos que aprovechaban el último año de la carrera, rotatorio práctico, para ir adelantando con la preparación intensiva en miricina. Y por último la mayoría de las universidades españolas empezaron a enfocar el plan de estudios de medicina casi de modo exclusivo en la preparación para el examen MIR, por encima de la competencia profesional de sus alumnos. Los exámenes orales, la resolución de casos clínicos, los exámenes escritos con preguntas para desarrollar por extenso en varios folios fueron dejando paso a exámenes de tipo test que remedan el formato del examen MIR. Las facultades de medicina han ido convirtiéndose en «facultades de miricina» y delegando la enseñanza y aprendizaje de la medicina enfocada al ejercicio profesional en la etapa posterior de la residencia y las sesiones anatomoclínicas del hospital, fuera de las aulas.
Fernando A. Navarro
Continúa en: «Miricina (y II)»
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