Cuando los oncólogos explican que, mientras llega la fórmula definitiva contra un tumor, solo tratan de ganar tiempo, quizás no se aprecia demasiado lo que intentan. Pero si uno se imagina que estamos ante un despertador que suena una y otra vez y nosotros solo queremos alargar la fase plácida del sueño el mayor tiempo posible, quizás sí comprendamos el valor de esos cinco minutos de más pospuestos. Esos en los que, a veces, resulta factible incluso soñar y nos despertamos hasta mejor.
Mientras no se pueda parar el tiempo, el cáncer acelera el contador vital y la misión de los nuevos fármacos es, al menos, hacer que vaya todo a cámara lenta. "Ganar tiempo es fundamental", asiente a este medio Juan Manuel Sepúlveda, coordinador de la Unidad de Neurooncología del Hospital Universitario 12 de Octubre, de Madrid.
De forma simultánea en el Congreso de la Sociedad Americana de Oncología Médica, que se celebra estos días en Chicago, y en la revista The New England Jorunal of Medicine se ha dado a conocer el impacto de un inhibidor denominado vorasidenib que detiene varios años la progresión de un tipo de tumor cerebral maligno.
Sepúlveda es el único español que firma el artículo, aunque también haya habido participación de otros centros patrios como el Hospital Vall D’Ebron, de Barcelona, y el Ramón y Cajal, de Madrid. "Hemos conseguido una nueva forma de abordaje de los gliomas de grado 2 con mutación IDH1 y 2, en la que se han reducido los signos del tumor y vemos cómo los pacientes tienen calidad de vida mantenida en el tiempo. Se trata de retrasar unos años la recaída y, con ello, nuevas sesiones de quimioterapia y cirugías agresivas".
Este nuevo abordaje "va a cambiar la práctica clínica", ha espetado en rueda de prensa el autor principal de la investigación Ingo K. Mellighoff, del Departamento de Neurología del Memorial Sloan Kettering Cancer Center, de Nueva York. En la presentación a los medios presentes en ASCO ha explicado que se consigue "hasta una reducción de un 61% del riesgo de muerte o de progresión y se retrasa la necesidad de emplear terapias más tóxicas a largo plazo en una situación de tumor controlable".
Por ello, "la posible aprobación de vorasidenib representaría una nueva terapia dirigida para el glioma de bajo grado", explican desde ASCO. Sin embargo, Sepúlveda pone los pies en la tierra y, pese a la buena noticia que representa este avance para los pacientes, lamenta que vaya a tardar en tener impacto fuera de los ensayos. "Tiene que ir a la Agencia Europea del Medicamento (EMA), luego que la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (Aemps) le dé el visto bueno y, una vez aprobado en España, que las comunidades autónomas no pongan trabas y lo faciliten. Pueden pasar años”.
Sin embargo, pone sobre la mesa una solución atractiva que depende del laboratorio propietario de la molécula, Servier Pharmaceuticals. "No sé si podría o no, pero hay una fórmula denominada tratamiento expandido, en el que se puede administrar el fármaco sin estar aprobado bajo el paraguas de la compañía, financiado por ella. Esto solo es una idea más".
¿Cuál es el perfil del paciente?
El oncólogo del centro madrileño dibuja el perfil de los pacientes a los que se le diagnostica glioma de grado II, que cuentan con un tiempo estimado de supervivencia alto, "entre unos 10 y 20 años". Se trata de personas en mitad de la vida, entre los 25 y 55 años y se da en tres de cada 100.000 habitantes al año. Según la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), los tumores primarios del sistema nervioso central (SNC) representan un 2% del total del cáncer en el adulto.
Una de las particularidades es identificar la mutación de IDH1-2. "Esto nos sirve porque tenemos una diana terapéutica, un punto que nos ayuda a liberar un metabolito tóxico que consigue desencadenar una serie de daños epigenéticos que dañan la lectura del ADN", apunta Sepúlveda.
Los gliomas de grado 2 con mutación en el gen IDH son tumores cerebrales malignos que causan una morbilidad considerable y muerte prematura. Estas neoplasias crecen de forma continua, aunque lentamente, se infiltran en el cerebro y, finalmente, se convierten en tumores agresivos con crecimiento acelerado y síntomas graves. Representan en torno al 30% de los tumores cerebrales.
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