Entrar en la sede de la Clínica Universidad de Navarra (CUN) en Madrid supone para el ojo humano una diferencia radical con su homóloga de Pamplona. Allí, las bombillas se afanan por contrarrestar el habitualmente plomizo cielo pamplonés, mientras que el edificio madrileño, inaugurado hace cinco años (diez veces menos que el original navarro), inunda al que por allí circula de luz natural. Amplios ventanales de suelo a techo jalonan la entrada, y eso es solo el principio.
“Queríamos que todas las zonas por las que circula el paciente tuvieran luz natural”, explica Gonzalo Lilly, director de Operaciones e Innovación de la CUN. Y así es: desde las salas de espera y las consultas a la UCI y la URPA.
Ello es posible gracias a la particular disposición del hospital: módulos lo suficientemente estrechos como para que las ventanas de ambos lados no dejen espacio a la oscuridad, con áreas ajardinadas entre ellos y conectados entre sí por pasarelas, cómo no, de cristal.
Juega además a su favor el pronunciado desnivel del terreno, que provoca que “el edificio en una de sus caras tenga tres plantas y, en la otra, nueve”.
De este modo, “donde el paciente espera, es atendido, se recupera y se cura tiene luz natural”. Esto incluye los boxes de recuperación de procedimientos y cirugía ambulatoria, así como los paritorios.
La luz como parte del tratamiento
Una tesis doctoral publicada en Países Bajos por Emmely Pennings defiende, tras analizar diversos estudios, que la luz natural “puede reducir el tiempo de hospitalización, disminuir la mortalidad del paciente y aliviar el dolor”. Además, sostiene que “el uso de luz artificial en los hospitales como a día de hoy la conocemos solamente supone una ventaja para los profesionales, pero afecta negativamente a ambos, paciente y trabajador”.
Sin embargo, la luz natural también puede tener efectos negativos, como “proporcionar demasiado calor o crear deslumbramientos”.
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