"La cabeza se conecta con la costilla, la costilla se conecta con la cadera, la cadera se conecta con la mano" (Monkey Island). Mucha gente confunde (porque así se ha buscado que ocurra) la osteopatía con la fisioterapia. Al igual que ocurre con la quiropraxis, su gemela aún más siniestra de la que hablaré en próximas columnas, la osteopatía surge en el mismo contexto sociocultural donde florecen muchísimas otras patrañas como el mesmerismo, el psicoanálisis y el cliché del vendedor de aceite de serpiente ambulante que conocemos de las películas del salvaje oeste.
En ese momento, hace ciento y pico años, confluye la denominada medicina heroica con un montón de descubrimientos científicos que deslumbran a la población con términos y experiencias jamás conocidas antes. La medicina heroica recibe su nombre porque el paciente tenía que ser prácticamente un héroe para resistir al tratamiento al que se le sometía: sangrías, purgas, enemas, más sangrías, venenos como el mercurio o el plomo, dietas, más sangrías, trepanaciones, emplastos mugrientos, amputaciones y, por si acaso, alguna sangría más, cubriendo bien de sanguijuelas. Y no es que hubiera distinción entre los más o menos pudientes: el propio George Washington acabó sus días tras drenarlo de sangre una y otra vez por un mal catarro.
En este contexto, no es inusual que los enfermos buscaran poderosamente otras opciones, y tampoco, por tanto, que muchos charlatanes e iluminados aparecen como setas clamando tener un remedio único, simple, seguro y eficaz para curarlo todo que, casualmente, es el que ellos han inventado. Al igual que ocurría con la homeopatía, que pretendía curar solo con ella todo mal causado por los supuestos 'miasmas' que causaban toda enfermedad, la osteopatía achacaba las enfermedades a pequeños desajustes en el sistema esquelético-muscular que afectaban a la circulación de las linfas, y clamaba que, solo con manipulaciones adecuadas, podían llegar a restaurar la salud.
A base de crujir a la gente, de masajear aquí y allá, de percibir microdesajustes en las fontanelas del cráneo para manipularlas (o eso imaginan ellos que ocurre, cuando en la realidad en adultos están fusionadas y no hay movimiento alguno que puedan percibir ni manipular, y en bebés es terriblemente peligrosa a la par que absurda esa manipulación), los osteópatas aducían restaurar el flujo sanguíneo, corregir alineaciones vertebrales o articulares, y conseguir cosas como arreglarte el hígado tocándote la rodilla. Aducían y aducen, pues esto sigue pasando exactamente en pleno 2022, a pesar de que incluso entidades como el Colegio Nacional de Fisioterapia de Francia, en su incansable lucha por la promoción de una fisioterapia basada en la evidencia, publicó hace unas semanas una lista de técnicas ilusorias entre las que aparecen dos de las tres vertientes de la osteopatía, la mencionada 'craneosacral' y la 'visceral' (la tercera en discordia es la 'articular', que podría tener alguna parte salvable en cuanto a técnicas de manipulación, pero como una manzana casi intacta en un cesto de podredumbre).
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